El Alcornocal, el Cristo, Migas Malas, el Arenal, los Alijares, Salobral, Dehesa Nueva, Aravalles, los Dehesones...
Sus caminos son de arena y hacen difícil el paso a aquellos que se sumergen en la espesura de este inmenso pulmón del centro peninsular. Como un laberinto, del que siempre es sencillo salir, conectan los nombres que los hombres han puesto a pedazos de tierra que son un todo.
Las rapaces que nos acompañan, vigilando al intruso en su territorio, llevan un rato de picado en picado, hasta que desaparecen con un vuelo rasante entre los alcornoques.
Reparamos en el color rojizo de sus troncas, recién descorchadas, y con un verde intenso en la copa de esos los árboles que no se ve en los que no han sido tocados.
Reparamos en el color rojizo de sus troncas, recién descorchadas, y con un verde intenso en la copa de esos los árboles que no se ve en los que no han sido tocados.
Comienzan a despuntar las bellotas, verdes aún, esperando a las perezosas trompeteras, que este año aún no se dejan ver.
En algún lugar entre Velada, Parrillas y Torralba.
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